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"En el siglo XVII y especialmente en el siglo XVIII, la educación del niño de las clases burguesas o aristocráticas sigue aproximadamente el mismo ritual, que atraviesa tres etapas diferentes: la entrega a la nodriza, el retorno a la casa y la partida hacia el convento o pensión" (página 94)

"...El niño es alimentado sin normas ni horarios. Mama cuando a la nodriza le viene bien. Demasiado o demasiado poco. De allí se desprenden...acidez, aire, cólicos, diarrea verde, convulsiones u obstrucciones y fiebre.

A la mala alimentación hay que sumar prácticas homicidas, como administrar narcóticos al niño para que duerma y deje a la nodriza en paz...

Pero cuando la alimentación no resulta fatal para el bebé, su naturaleza debe superar un mal temible: la suciedad y la falta de un mínimo de higiene. Entre otros el médico Raulin (RAULIN: De la conservation des enfants, 1769) pinta un panorama catastrófico del niño encenagado en sus excrementos durante horas, durante días a veces...A veces las nodrizas dejan pasar semanas sin cambiar la ropa del niño o el jergón sobre el que está echado.

La costumbre de fajar a los niños…les pegaban los brazos contra el pecho y le pasaban bajo las axilas una banda ancha que le bloqueaba brazos y piernas...

...Si cuelgan al niño de un clavo por la faja durante horas es para que los animales de la granja no se los coman ni los lastimen. No hay ninguna maldad en este gesto, aunque sus consecuencias son crueles para el niño, cuya sangre circula mal..." (Páginas 98-100)

Sin embargo: "A partir de 1760 abundan las publicaciones que aconsejan a las madres ocuparse personalmente de sus hijos, y les "ordenan" que les den el pecho. Le crean a la mujer la obligación de ser ante todo madre, y engendran un mito que doscientos años más tarde seguiría más vivo que nunca: el mito del instinto maternal, del amor espontáneo de toda madre hacia su hijo." (Página 117)

“Si antes se insistía tanto en el valor de la autoridad paternal, es porque ante todo importaba formar súbditos dóciles para Su Majestad. A fines del siglo XVIII, para algunos lo esencial no es ya tanto formar sujetos dóciles como sujetos a secas: producir seres humanos que han de ser la riqueza del Estado. Para lograrlo, es preciso impedir a toda costa la sangría humana que caracteriza al Antiguo Régimen.

De modo que el nuevo imperativo es  la supervivencia de los niños...Los desechos interesan al Estado, que trata de salvarlos de la muerte. De modo que lo más importante no es ya el segundo período de la infancia...sino la primera etapa de la vida, que los padres acostumbraban descuidar y que sin embargo era el momento en que la mortalidad era más alta.

Para realizar este salvamento, había que convencer a las mujeres de que se consagraran a sus tareas olvidadas" (página 118)

 

 BANDINTER,Elisabeth: Existe el instinto maternal. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica, S. A., 1991 (Título original: L' amour en plus. Histoire de l' amour maternel (XVIIe-XX siècle). París: Flammarion, 1980)

 


 

 
 

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